ARTEMISA

Es hija de Zeus y Leto y también la hermana melliza de Apolo. Es la diosa de la caza, de los animales, de la fertilidad de la naturaleza y también del terreno virgen, las aguas termales, los nacimientos y la virginidad. Según algunos mitos nació en la isla de Delos donde su madre se había refugiado del hostigamiento incansable que la esposa de Zeus, Hera, le estaba proporcionando por medio de la serpiente Pitón. Gracias a la intervención de Zeus, Leto pudo dar a luz a sus dos hijos, siendo Artemisa la primera en nacer, y ayudando después a su madre en el parto de su hermano Apolo. Según otro mito, Leto dio a luz a Artemisa en el bosque Ortigia de Éfeso (Turquía) donde los griegos construyeron un templo que después se consideró una de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo.

Entre las muchas peticiones que le hizo a Zeus en su infancia una de ellas fue la de permanecer siempre virgen, acompañada de ninfas y dríades que también tomarían el voto de castidad bajo pena de severos castigos, algo que la propia Artemisa guardó celosamente. Artemisa pasó su niñez buscando lo necesario para ser una cazadora, obteniendo sus armas en la isla de Lipara, donde trabajaban Hefesto y los Cíclopes. Las ninfas se asustaron ante la visión de los monstruosos herreros, pero la joven Artemisa se acercó valientemente y solicitó un arco y flechas. Después Artemisa visitó a Pan, el dios de los bosques, y este le dio siete perras y seis perros para que le acompañaran en sus monterías. A continuación ella capturó seis ciervos de cornamenta plateada para tirar de su carro, y comenzó a practicar con su arco disparando primero a los árboles y después a los animales. Cuando sentía que ya había practicado lo suficiente, pues esta era su principal ocupación, se presentaba ante su hermano en Delfos, donde se divertía bailando con las Gracias y cantando con las Musas.

Hay muchas intervenciones de Artemisa en la vida y el destino de los mortales. La mayoría de estas muestran que la diosa les profesaba más dureza de corazón que amor y cariño. En una de estas intervenciones, castigó implacablemente a Acteón, hijo del rey de Tebas. Cazador como ella, se la encontró bañándose desnuda junto con su séquito de ninfas en un río. Las ninfas se dieron cuenta de que estaban siendo observadas y corrieron a ocultar a Artemisa. Esta se molestó tanto por haber sido vista de tal guisa, que transformó a Acteón en venado y azuzó a sus propios perros a que lo persiguieran y atacaran. Estos lo destrozaron sin saber que el ciervo al que daban caza era su propio dueño.

Otra joven que sufrió la ira de Artemisa fue Calisto, una doncella de Arcadia que decidió consagrar su vida a la diosa, y por tanto renunciar a su sexualidad activa. Artemisa acogió a la joven con agrado en su séquito. Sin embargo, el dios Zeus se fijó en Calisto y quedó prendado de ella, algo que solía hacer con bastante asiduidad el señor de los dioses. Se le apareció, pues, disfrazado de la propia Artemisa (otras versiones hablan de que se disfrazó de Apolo) y la violó sin importarle sus votos. Calisto quedó embarazada y trató de ocultárselo a Artemisa, pues sabía que esto significaría su fin en el séquito de la diosa al no ser virgen. Artemisa lo descubrió cuando estaban todas bañándose en el río y así, la diosa castigó a Calisto por haber roto su juramento de castidad y la convirtió en una osa, que parió a un niño llamado Arcas. Para compensar su sufrimiento, Zeus convirtió a Calisto en una constelación: la Osa Mayor.

En otra ocasión se cuenta que Artemisa y Orión eran compañeros de cacería, enojando así a su hermano Apolo, probablemente por celos o porque temía que su hermana pudiera perder su virginidad con Orión. Es por ello que cuando Apolo vio a Orión una vez nadando tan lejos que sólo podía vérsele la cabeza, retó a Artemisa a que alcanzara con una flecha el bulto oscuro que se podía observar en la lejanía, y acertándole, lo mató. Tras esto, descubrió que se trataba de Orión y al no poder devolverlo a la vida, lo colocó entre las estrellas, lo que ahora conocemos como la constelación de Orión.

En cuanto al origen de la guerra de Troya, Artemisa ni siquiera se inmutó cuando Eris, la diosa de la discordia, lanzó una manzana con la dedicatoria “para la más bella”, en un banquete de bodas al que asistió todo el Olimpo y al que esta no había sido invitada. Tres de las diosas quisieron ser dueñas de tan preciada condecoración, Afrodita, Hera y Atenea y se eligió al príncipe Paris como juez en este duelo de belleza. Afrodita resultó elegida cuando prometió a Paris que le entregaría el amor de la mujer más bella. Así fue, Paris conoció a Helena, esposa del rey de Esparta Menelao y la raptó llevándosela a Troya produciéndose así una guerra de la que sabemos gracias a la obra de Homero. Sin embargo, Artemisa sí fue la responsable de que se detuvieran los vientos, inmovilizando la flota de los griegos en Aulide de camino a Troya. Este castigo se debió a que Agamenón, rey de Micenas y principal caudillo de los griegos junto con su hermano Menalao, había matado a la cierva favorita de la diosa en una arboleda consagrada a esta. Los adivinos ya le pronosticaron a Agamenón que sólo un sacrificio humano calmaría la cólera de Artemisa y lograría que ésta liberara de nuevo los vientos. El rey Agamenón accedió a sacrificar uno de sus más preciosos tesoros, su hija pequeña, Ifigenia. La niña fue sacrificada en un altar construido sobre un acantilado, y en el momento en el que la pequeña exhalaba su último aliento, los vientos hincharon de nuevo las velas de las naves griegas. Según algunas versiones, la diosa Artemisa se apiadó de la pequeña en el último momento, cambiando su cuerpo por el de un cervatillo antes del golpe destinado a acabar con la vida de Ifigenia. La pequeña fue trasladada por la diosa a la tierra salvaje de Tauride (Crimea), donde fue nombrada sacerdotisa principal de la diosa Artemisa. Ifigenia vivió toda su vida en esta tierra apartada hasta la llegada accidental a Tauride de su hermano Orestes.

En la propia guerra de Troya, Artemisa jugó un papel secundario, pero fue partidaria del bando troyano probablemente por fidelidad a su hermano que era el patrón de la ciudad y donde ella misma era ampliamente adorada. Solo en una ocasión durante la Teomaquia (los dioses también se involucraron en esta guerra, en los dos bandos), Artemisa se enfrentó a la diosa Hera, un combate de gran relevancia ya que Hera había sido la causante de los sufrimientos de su madre antes del parto. Pese a los esfuerzos de Artemisa y a su habilidad como arquera, Hera consiguió doblegarla al golpearla con su propia aljaba quedando todas las flechas esparcidas en el suelo. La diosa de la caza, afligida y dolorida, corrió a refugiarse y buscar consuelo en brazos de su padre, Zeus, mientras su madre, Leto, recogía las flechas caídas en el campo de batalla.

Artemisa es probablemente una de las divinidades más antiguas del panteón griego, y, precisamente por esto, es al mismo tiempo una de las más veneradas en todo el Mediterráneo. Los griegos se la imaginaban como una doncella virgen de figura atlética, vestida con ropas cómodas para correr y deambular por los campos, armada de un arco y flechas y acompañada por diversos animales. No tendría una belleza con la elegancia característica de Hera, ni tampoco la belleza digna de Atenea ni la belleza sensual de Afrodita, pero el hecho de que los griegos consideraran el atletismo y la práctica militar como parte integrante de su cultura hacía que su apariencia fuera muy deseada por el personal masculino. Al ser Artemisa una deidad femenina que no toleraba el contacto con los hombres, siempre fue tan venerada como temida por estos. En la mitología romana esta diosa mantiene las mismas características y es conocida con el nombre de Diana.

Por Marisa Sastre

Deja un comentario